José María Báez en Galería Astarté

JOSÉ MARÍA BÁEZ
Bucle, Nubes, Laca
Galería Astarté, Madrid, España, 14 de Noviembre – 28 de Diciembre 2013

Una urdimbre de formas y texturas se construye y desintegra al mismo tiempo en las paredes. ¿Evolución? Cambio, más bien, intuido, necesitado, operado ya ante una situación concreta en el pasado reciente, revival de “la máxima” de Ortega y Gasset. Los planos se tocan, se intersecan, se imbrican en rectas y especies de “brocados” trazados por pigmentos y tijeras. Geometría, color y texturas parecen danzar en el papel ...y en ruecas de oro rayos de sol hilan, con el perdón de Góngora, en una alquimia que no busca áureos tesoros, ni se esconde tras la máscara de la novedad radical, mediatizada y mediática manifestación de una sociedad exhausta. De la conjunción de líneas se ven surgir volúmenes y profundidades insospechados; de unos patrones regulares y estáticos, otros difusos, heréticos, inestables.

Aquí se despliega, se libera como motivo en sí y para sí un repertorio de imágenes que salen del taller de José María Báez con la misma frescura de un trabajo escolar, la obsesión del orfebre, la tenacidad y devoción del artista que no gusta de dictaduras estilísticas, que sale a perseguir nuevas quimeras, a divertirse en el juego muy serio de la creación; aunque no pierde el nexo con su anterior impronta, que subyace en funciones compositivas, en el entendimiento y lenguaje del color, para el que reivindica su capacidad para el deslumbramiento sensorial, en sus propias palabras, en el interés por el círculo, que se manifiesta en distintas gamas cromáticas.

Se dirá que emplea herramientas conceptuales y podrán rastrearse orígenes de algunas piezas en la iconografía religiosa andaluza o, lanzado un guiño a Louise Bourgeois, en la tensión y las diversas capas de sentido que irradia el obrar anónimo de un arácnido con sus propios esquematismos. Pero la realidad, o lo que percibe el artista de la realidad circundante, del desenfreno, la neurosis e incomunicación contemporáneos, y también los valores culturales cotidianos y trascendentes, encuentran eco en las relaciones contradictorias que albergan las piezas en su lúdico aparentar: sencillez y complejidad, fragilidad y resistencia, quietud y movimiento, orden y caos, vida y muerte. Por este camino se adentra, como se verá, en el ámbito cada vez más difuso de lo público y lo privado, donde universo onírico y mundo físico se enlazan y se percibe un influjo surreal, constante pareja del espíritu barroco anclado en la sangre ibérica y en el resto de las tierras hispánicas.

El artista busca una fuente de completamiento estético, filosófico y pragmático: el montaje, la conversión de la galería en una gran instalación al transformar sus muros en parte viva de su experiencia y de la que compartirá el público sumergido en un pathos colectivo con actores singulares, la culminación de lo unitivo, como diría el poeta argentino Daniel Durán, aunque en este caso la sustancia no huye de la luz, ni se aproxima una distópica ceguera blanca. La muestra, en su relación con el espacio que la acoge y completa y con los visitantes, deviene río de Heráclito, fluir constante de poesía, reflexión, y placer al que están avocados los sentidos, aunque ha de percibirse la dosis de introspección y duda que conlleva todo acto creador.

Podría pensarse que no hacía falta “desmaterializar” el arte (¿o sí?); que nada ni nadie es tan autónomo como se pretende en tanto arranque egotista. El fin es liberador, no dogmático, no es escapar por puertas/ que en las paredes/ están/ sólo/ pintadas,* es entrar a compartir un espacio vindicado para el ser humano, no una isla de alienados, es compartir una visión reparadora del arte, una catarsis.

Carlos Escala Fernández



* Clara Janés: “Isla del suicidio”. Libro de alienaciones, 1980.

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