II. El largo y tortuoso camino (1855 - 1907). [quinta parte]

Teatro Avellaneda, luego Popular. Foto cortesía de Inés M. Gutiérrez.
De la etapa de fundación y primeras edificaciones quedan vestigios en deplorable estado constructivo: la aduana vieja, los almacenes de la otrora calle de la marina, un sorprendente y depauperado ejemplo de alero de tornapuntas en el límite del Centro Histórico Urbano moderno, una casa en la esquina de las arterias Maceo y Mártires de Vietnam, todavía cubierta por su techo de alfarje, que ha padecido divisiones internas y mutilaciones de sus elementos decorativos y funcionales y otros, mientras que la sede de la Casa del Joven Creador, con su singular alero de tejaroces, sufre los embates de la humedad pero mantiene su aspecto colonial.

No son muchos los nombres conocidos de los artífices de las obras de esa centuria primigenia, ni pueden atribuírseles autorías, a excepción de la estacada y sistema defensivo levantados por el agrimensor Carlos Segrera Barriga en época de la Guerra de los Diez Años,(27) o el matadero proyectado por J. Tornés en el camino de la Caimanera. Francisco Javier Suástegui en los ochenta y Jesús Figueredo Piña durante la transición hacia el nuevo siglo fueron los maestros de obra más calificados.(28) El Consistorio tenía por costumbre elegir anualmente alarifes públicos de albañilería, carpintería, herrería y otros oficios, los que se encargaban de supervisar los trabajos en sus respectivas especialidades. Albañiles, carpinteros y ebanistas poseían todo un repertorio de molduras y órdenes que reproducían a voluntad de los clientes.
Torreón de San José.

A partir de la década del sesenta la arquitectura en madera comenzó a ser restringida mediante ordenanzas que se
hicieron más severas paulatinamente. Aún quedan huellas en el entorno urbano, amén de los grandes barracones construidos en la franja de terreno de la Corporación Municipal, conocida como Campo de Marte, detrás del fuerte o batería que defendía la bahía y los que se levantaron hasta en la misma plaza o parque Vallespín, para el alojamiento de tropas españolas. Estos fueron derruidos en tiempos del gobierno interventor junto con todo el sistema defensivo integrado por la estacada y los torreones de Alcolea, San José, San Pedro, Cavatierra, del Cementerio, Buenavista, Salvadera y de la Marina, que convirtieron a Manzanillo, paradójicamente, en bastión inexpugnable del integrismo ibérico.

Sin embargo, entre 1910 y 1911, en parte de aquellos solares en la calle de la Marina, se efectuó la construcción del edificio del Teatro Avellaneda, de madera y teja francesa de diez y ocho metros de frente por treinta y uno de fondo, terminado por Ricardo Céspedes Rossié. En su exterior se utilizaron decorados que pueden encontrarse en edificaciones domésticas, incluso de mampostería, en varios lugares de la ciudad como la calle Jesús María, hoy Avenida Moncada. Luego de varios contratos, traspasos y hasta un pleito judicial acabó en poder de Julio Alonso Hernández, empresario que llegó a monopolizar el giro teatral y cinematográfico.

Notas
(27) También fue responsable del diseño y construcción de los rastros de Campechuela y del Ingenio Esperanza, barrios de Manzanillo en ese momento. Este último es conocido actualmente como El Caño.
(28) Las actas de la Corporación Municipal del año 1900 reflejan la pugna por ocupar la plaza de Maestro mayor de obras municipales entre José Badía Segrera y Jesús Figueredo Piña, puesto que Rafael Bertot Masó no había justificado legalmente su aptitud para el cargo.

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