Enésima versión de la ciudad

En cambio esto, que podría ser la casa, por el momento
no era más que cuatro horcones clavados en la tierra,
cientos de percepciones y un ansiado universo por venir.
Francisco López Sacha (El cumpleaños del fuego)

El transeúnte levanta la mirada. A sus lados encuentra extrañas
geografías, ora alumbradas por el sol, ora oscurecidas. Marcha
presuroso en busca del artefacto que le permita congelar aquellos
sitios inexplorados, inexplicables, que parecen mutar cada vez que
cambia el ángulo en que son contemplados. Las roídas estructuras que
el tiempo y los elementos degradan, lanzan su poético y lastimero
estertor a los oídos del artista que carga sobre sus hombros el peso
de la creación, de sus herramientas y sus vivencias y las de sus
ancestros y descubre armonías secretas en la superficie de ladrillos,
sillares y maderos.

Algo ocurre en el paisaje de calles rectilíneas que se pierden a lo
lejos, allá en un inalcanzable punto de fuga; o más bien en los
edificios que las rodean y cuyas paredes se tornan motivo reiterado de
inspiración. El lenguaje realista se ha difuminado, herido, carente de
utopías arquitectónicas en un medio que marcha más bien hacia el
distópico polo opuesto abonado por la desidia y el conformismo. La
abstracción toma cartas de ciudadanía y, como el Argo, se convierte en
vehículo en pos de un nuevo mito, en la nave que lleva en su vientre a
los ilusos que buscan el vellocino de oro. Sin embargo, en este
recurso se advierte riesgo de tautología o triquiñuela nada inocente.

Víctor ha de salvar en sus telas y cartulinas la planimetría del muro
y la maniobra evasiva; para intersecar planos, espacios, historias
acumuladas, versos labrados en la piedra como resultado de ese diálogo
perenne entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza; para alzarse
sobre cualquier cómodo mimetismo en su trayecto hacia la morada del
espíritu y entregar una obra viva, maleable, una manera de interpretar
cualquier realidad, no de reproducir un hallazgo formal ni un modo de
vida, pues como decía el profeta: vuestra casa nunca será el ancla,
sino el mástil (G. Jalil Gibrán)

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