Mujer-diosa

Todo lo que hay de pez en nosotros
escapó por un minuto.
(…)
dijiste: "¡Mira! Tus ojos son color mar.
Anne Sexton (Nadando al desnudo)

A caballo entre el expresionismo y el surrealismo, Roberto Reytor
continúa su tesonera labor de heraldo de una tradición que no solo
fluye por sus venas, sino que desborda cada objeto que sale de su
forja. En cada una de sus creaciones se aprecia la coexistencia de dos
universos, el que aparenta ser reflejo o recreación del mundo
circundante percibido a través de los sentidos, y el complejo
religioso-cultural que ha signado su vida entera llenándola de sentido
y fe.

Una de estas capas de significados se nos muestra como evolución en el
tratamiento de la figura femenina que había partido de un punto en
cierta medida hedonista y que ahora se muestra enriquecida con nuevos
atributos que amplían el espectro de lo metafórico más allá del género
y las creencias propias hasta llegar a la identidad misma de la tierra
en la que vive. La mujer, que luce adornos o elementos de una ambigua
y codificada "modernidad", deviene encarnación-homenaje de Yemayá,
madre de todos los orichas.

El color siempre intenso contribuye a reforzar el concepto de la vida
en toda la extensión de lo natural desde su propia fuente, el mar,
sobre el que reina la diosa, y en relación con la tierra, al
introducir las imágenes de los peces, o una mariposa, un lagarto, una
fruta, una flor. En idéntica estrategia el creador recurre a los
ancestrales emblemas de la fecundidad, entendida como maternal y
exclusiva virtud de la divinidad-mujer que ora aparece coronada, ora
tocada con sombrero.

La beldad, la fortaleza, la altivez, la valentía, la inteligencia, el
celo de las hijas de Yemayá se refleja en los expresivos rostros que
miran directos al receptor-interlocutor según el peculiar lenguaje
estético de Reytor. ¿O acaso se trata de la apoteosis misma de aquel
ser que es mucho más que un mero símbolo de la reproducción de la
especie o de la belleza misma?

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